Dime qué puedo hacer
para que nada explote y todo,
a la vez,
estalle en mil pedazos.
Ese matiz azul, 
níveo quizá,
tus ojos.

Qué puedo hacer 
para que se desvanezcan 
y no me dejen para siempre. 
Estoy cansado de callarme el crepúsculo
y contarte la lluvia de plomo,
cantarte el invierno y
callarme el verano.
Miro largo hacia el este
y hacia el norte,
marrón y en copa de cristal, de piel:
verdades y mentiras,
allí, allí se asomarán; 
nunca de besos,
nunca de sonrisa azucarada.
Jamás lo sabremos,
el crepúsculo se acerca
y la lluvia de plomo y blanco te ciega,
tu cortina de humo.
Quién sabe si algún día te pasarás al agua salada…

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